La puerta 23

Nadie sabía lo que había detrás. Hasta que ella entró. El pasillo estaba completamente silencioso, excepto por el eco de sus pasos. La puerta número 23 brillaba con una luz tenue.

Sus dedos rozaron el picaporte de metal frío. El corazón le latía tan fuerte que temía que se escuchara en todo el pasillo. Con un suspiro profundo, giró la manija.

La puerta se abrió sin resistencia, revelando una habitación completamente blanca. No había muebles, no había ventanas, solo paredes blancas que parecían absorber la luz.

En el centro de la habitación, una mesa de madera oscura sostenía un espejo antiguo. Su reflejo la miró con una sonrisa que ella no había hecho.

El espejo comenzó a brillar con una luz azulada. Su reflejo se movía independientemente de ella, señalando hacia una esquina de la habitación que antes parecía vacía.

Allí, en la pared, apareció una puerta idéntica a la número 23. Pero esta tenía un cartel que decía "24".

Su reflejo en el espejo asintió y le hizo señas para que continuara. El corazón le latía aún más fuerte mientras se acercaba a la nueva puerta.

Temblorosa, estiró la mano hacia la puerta número 24, que parecía palpitar con una energía silenciosa. Al tocarla, una descarga recorrió su brazo, no dolorosa, pero sí suficiente para hacerla dudar. Miró de reojo el espejo: su reflejo seguía allí, observándola con una mezcla de urgencia y compasión. Respiró hondo y empujó la puerta. Esta vez no se abrió con facilidad; chirrió como si no hubiese sido abierta en siglos.

Al otro lado no había una habitación blanca, sino un bosque espeso y nocturno, iluminado solo por la luz tenue de luciérnagas flotando en el aire. Un susurro, suave como el viento, dijo su nombre desde lo profundo de los árboles. Algo —o alguien— la esperaba más allá del umbral.

Avanzó un paso y el suelo cambió, ya no era frío mármol, sino musgo templado.

Las luciérnagas danzaban en círculos lentos, como guiando un ritual olvidado.

El aire olía a memoria antigua, a promesas selladas con silencio.